Fundadores de Mariano Arista

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martes, 2 de octubre de 2012

2 de octubre, lección de la historia para no olvidar



La trascendencia que tuvo el movimiento estudiantil de 1968 ha sido determinante en varios sentidos para la vida política nacional. Se ha dicho que el movimiento estudiantil puso de manifiesto la crisis social por la que atraviesa la sociedad mexicana; que fue el reflejo del mal reparto de la riqueza, consecuencia de la estrategia de desarrollo seguida por México; que inconscientemente las clases medias representadas por los estudiantes, protestaron por el cierre de oportunidades para integrarse a mejores medios de vida, ya que el título profesional dejó de ser una garantía para el ascenso en el status social y económico; incluso en algunos medios de comunicación se interpretó que fue un intento comunista para derrocar al gobierno o que pretendía sabotear la XIX Olimpiada, que se efectúo en México.

Todo lo dicho en torno al conflicto que sacudió en particular a la Ciudad de México del 23 de julio al 2 de octubre de 1968, configura una lección de la historia para no olvidar y que todavía debe ser escrita revisando con responsabilidad el papel que jugaron todos los actores involucrados, que con su acción sólo fueron capaces de crear las condiciones que desembocaron en la matanza del 2 de octubre en la Plaza de la Tres Culturas, en Tlatelolco.

El movimiento estudiantil de 1968 marca el inicio de una etapa en la vida de México y el principio de una nueva política de Estado que puso en marcha las reformas que nos han llevado a la flexibilización del autoritarismo del presidencialismo mexicano, a la construcción de la democracia y a la creación de instituciones públicas como el Instituto Federal Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y la participación ciudadana para garantizar la equidad en la disputa por el poder, por medio de elecciones y con ello, la credibilidad en la democracia que estamos construyendo.

El movimiento estudiantil de 68 planteo seis demandas al Estado y este respondió de manera autoritaria. Estas demandas fueron:

1.Derogación de los artículos 145 y 145 bis del código penal (preveían sentencias para cualquier mexicano o extranjero que provocara disturbios o provocara actos que prepararan material o moralmente la invasión del territorio nacional o el sometimiento del país a cualquier gobierno extranjero).

2.Libertad para los presos políticos.

3.Destitución de los jefes de la policía generales Luis Cueto y Raúl Mendiolea.

4.Establecer la responsabilidad de las autoridades por los actos de represión debidos a las acciones de los granaderos y el ejército.

5.Desaparición del cuerpo de granaderos y destitución de su jefe, el general Frías.

6.Indemnizaciones para los estudiantes heridos y para las familias de los estudiantes muertos.

Las demandas tuvieron la condición de que cualquier tipo de negociación tendría que llevarse a cabo mediante un Diálogo Público y esta petición confrontó al autoritarismo del presidencialismo y significó la petición política más importante del movimiento estudiantil, pues con ella se cuestionaba la parte esencial del viejo sistema político mexicano: la negociación “tras bambalinas” de los intereses políticos de grupo.

Uno de los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga declaró en 1968 a la revista Siempre: “mantenemos el principio de que todo intercambio de opiniones tiene que ser público. Todos los sectores interesados en el diálogo deben estar al tanto de las argumentaciones. Esta es una cuestión de principios y el motivo del Movimiento. Queremos terminar con la práctica viciada de los diálogos de alcoba, o pequeñas comisiones, en donde el tira y afloja aleja a las masas de toda participación. Desde el inicio de la Revolución Mexicana y aún durante ella misma, los dirigentes de tales movimientos han sido encarcelados o muertos o comprados”.

La respuesta del Gobierno a la petición de Diálogo Público en 1968 fue de represión, que culminó en el mitin convocado por el Consejo Nacional de Huelga en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre. El mitin inició a las cinco de la tarde con una asistencia aproximada de 15 mil personas. A las 18:10 horas, después de que cuatro luces de bengala estallaron en el cielo, soldados y otros grupos mezclados con los civiles participantes en el mitin, abrieron fuego, se provocó el pánico en la manifestación estudiantil. Todos los asistentes huyeron. Hubo muertos, heridos, golpeados, arrestados y desaparecidos como consecuencia de la represión que en esa ocasión llegó a un punto extremo, que jamás debe repetirse.

Después de 44 años asistimos otra vez a la conmemoración de la matanza del 2 de octubre. Aquellos muertos deben de ser honrados manteniéndolos en nuestra memoria histórica, lo que no incluye los excesos en los que cada año incurren provocadores que se mezclan con los manifestantes y destruyen, roban y agreden a los comerciantes establecidos del Centro Histórico de la Ciudad de México, como si estos fueran los responsables de su resentimiento social. El dos de octubre nos recuerda una lección de la historia que no debemos olvidar, pero es una historia que seguimos construyendo todavía.

Por Enrique Pérez Quintana / Proyecto sin fin